viernes, 15 de febrero de 2008

La ley de la ferocidad

Por Pablo Ramos­Editorial Alfaguara. Novela de 365 páginas, publicada en 2007.

En una simplificación aunque no extrema, podría afirmarse que libros como éste son a la nueva narrativa argentina lo mismo que el rock chabón (o barrial) es a la música nacional. Hay un filoso resentimiento por la larga agonía de la Argentina peronista. El tema se hunde en la sordidez, menudean las palabrotas, el alcohol y la droga. Aflora cierta poética de lo kitsch, pero nunca nada especial. La descomposición del suburbio es el telón de fondo. En fin, muchos chicos y adultos inmaduros disfrutan chapoteando en estribillos del tipo ``estamos enfermos, enfermos...''.

El protagonista se llama Gabriel Reyes un empresario vicioso y nihilista; en el fondo, un imbécil. Emplea el sarcasmo sin el menor encanto. Una versión degradada del Bardamú de Celine. Cultiva el odio dentro de sí, quiere ser un gato enorme para tener el poder de matar a la gente de un zarpazo (!?). El inadaptado recibe una mañana la noticia de la muerte de su padre, un mal padre según los parámetros de este siglo. Reyes regresa a Sarandí con la mente corrompida por los recuerdos. Le resulta muy difícil conectar con su familia y su historia. Vuelve a aferrarse a una botella, pero escribir a manotazos en una Lexikon 80 lo redimirá. Se ha dicho que la novela tiene muchos elementos autobiográficos.

No puede negarse que Pablo Ramos escribe con una fluidez y soltura admirable. El estilo es seco, rápido y realista. Puede que tenga el don; o bien, como se rumorea, que cuente con editores muy eficaces. Lo veremos con el tiempo. Se talla cada capítulo como si de relatos aislados se tratase. 


No obstante, la panoplia de ideas con que cuenta el escritor aburre soberanamente, pues nunca van más allá de los tópicos de la izquierda nacional y popular. Reyes (¿Ramos piensa así?) sentencia que el turismo internacional se organiza para explotar a los pobres del mundo, que ningún blanco debería escuchar a Hendrix y que los publicistas son los profesionales más detestables que existen después de los políticos. No son las únicas tonterías, me temo. La pregunta sigue siendo la misma: ¿qué hace que una obra literaria sea digna de leerse?­
Guillermo Belcore

Publicado en el suplemento cultural del diario La Prensa.

CALIFICACIÓN: Regular


PD:Nací y me crié en Morón. Trabaje en un diario regional muchos años. Mi padre vive allí. Soy espiritualmente un "bonaerense". Aún estoy esperando la gran novela del conurbano. Si alguien la leyó, por favor, le ruego que me notifíque.

5 comentarios:

Santeh dijo...

Soy de Sarandi , conozco a Pablo de chicos y te digo que su descripciòn del barrio es asi, cruda y perfecta. Muchos habran vivido vidas enfermas pero pocos la pueden hacer literatura.
Para mi valio la pena leerlo, espero ansiosa sus proximos libros

Anónimo dijo...

muy piola poner la contracrítica... disfruté tu reseña; pero tengo en mas alta estima esta novela.
saludos.
pd: me provocó cierta risa tu necesidad de justificar la crítica con posdatas (pero entendí el por qué)

Anónimo dijo...

Lei un par de notas sobre este Pablo Ramos y al principio me causo intriga, mas tarde, sospechas. Tu reseña las confirma. Tambien lei la primera pagina de uno de sus libros; mucha energia mal plasmada. Creo que lo voy a evitar. Lo comparan con Carver... mmmh, de Carver no vi nada, la verdad. Carver tenia un tempo impecable. La pagina que lei era un vomito de letras. Me gustan tus criticas porque siempre haces un esfuerzo por valorar el esfuerzo del escritor. Pero creo que cuando pones Regular hay que leer Malisima...

Anónimo dijo...

Hacer una crítica de una obra literaria basándose sólo en lo ideológico, es puro expresionismo y tiene muy poco valor por asentarse sólo en el prejuicio. La snovelas pueden ser buenas o malas por su escritura, pero no porque el personaje sea sórdido y peronista.

Guiasterion dijo...

Estimado:

Tiene Usted razón, Anónimo. No fue esa mi intención. Quise describir el tema y hacer hincapié en la sistemática caída del autor en el cliché.

Gracias por escribir

G.B.