martes, 11 de marzo de 2008

Cuentos escogidos

Saki ­
Editorial Claridad. Cuentos, 234 páginas. Edición 2007.

Es extraño. El veneno también puede ser delicioso. Héctor Hugh Munro, (Saki es su seudónimo literario) ha elevado a la categoría de arte la malevolencia, los chistes pesados, el humor negro, el sarcasmo hiriente, la ironía filosa. Celebremos que un sello nacional haya rescatado del olvido al azote de la Inglaterra eduardiana. Está antología trae una daga asesina en una mano enguantada en seda.
Todos los relatos se leen con sorprendido interés. Tom Sharpe los consideraba adictivos. Graham Greene definió a Saki como el mayor cómico del siglo XX. Borges elogió el tono de trivialidad con que esmaltaba tramas cuyo fondo es amargo y feroz. En definitiva, se trata de una literatura que reflexiona en profundidad sobre la naturaleza del hombre. Uno casi queda convencido de que el mundo es terrible pero es mejor dejarlo como está. Contra la estupidez los mismos dioses luchan en vano.
También los procedimientos artísticos merecen elogios. Deslumbra el ingenio de los diálogos, en especial las réplicas de Clovis y Reginald, esos dos bromistas implacables. La reticencia de Lady Anne y Crepúsculo ofrecen un ejemplo perfecto de resolución magistral en la última frase. El uso de animales para desnudar la zonzera o la crueldad humana siempre es correcto y no pocas veces desopilante. Tobermory narra el embarazo que provoca entre los fatuos de buena familia un gato que ha aprendido a hablar, pero nadie le enseñó la importancia social de mentir.
Como Oscar Wilde o como Marcel Schwob, Saki pertenece a la feliz estirpe de los hacedores de epigramas. De origen escocés, nació en Birmania en 1870 pero se crió en Inglaterra con dos tías odiosas. Inservible para la policía militar, se convirtió en literato para ganarse la vida. Escribió un estudio sobre el Imperio Ruso, alguna novela, artículos que honraron diarios y revistas, y cuentos que, estoy convencido de ello, las generaciones no dejarán extinguir. Murió en 1916 a los cuarenta y seis años. Una bala certero lo segó en una trinchera de la Primera Guerra Mundial. Sus últimas palabras fueron: ``¡Apaguen ese maldito cigarrillo!''.­

Guillermo Belcore­
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Calificación: Excelente­

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