jueves, 21 de mayo de 2009

Una historia de la lectura

Alberto Manguel­
Emecé Ensayo sobre literatura, 373 páginas. Precio aproximado: 60 pesos. Edición 2005.

Desde una remota tarde en la Mesopotamia asiática, una secta sobrevive en la Tierra. Su reputación es ambigua, su actividad sigilosa sugiere una independencia impenetrable y una pasión egoísta. Manipulan un talismán interactivo, tan eterno como la rueda o la cuchara, que es capaz de vencer la geografía, el olvido y la muerte. Se los conoce como los lectores de libros. He aquí uno de sus manifiestos, el Philobiblion.

Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) forjó -acaso simulando ser Borges- esta suerte de enciclopedia amorosa hace más de una década. La fortuna lo besó en los labios. Circula en treinta idiomas; la elogiaron George Steiner, Doris Lessing, Héctor Bianciotti y Bernard Pivot. ¿Hace falta agregar algo más? La edición de 2005 incorpora un prólogo del autor, demasiado tremendista.

“No podemos hacer otra cosa que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función primordial”, sentencia Manguel y a partir de esa evidencia traza -con erudición impresionante y estilo ameno- el derrotero de la palabra impresa desde la tablilla y el papiro hasta el hipertexto de la New Age. Opera a todo vapor la técnica de la complicidad. Este libro es para nosotros, los bookalcoholic. ¿Qué es en realidad leer? ¿Cuál es el mejor lugar para abandonarse al goce? ¿Cómo ordenar una biblioteca? ¿Qué castigo merece el ladrón de libros? La familia de lectores absortos incluye a los eminentes, como San Agustín, los dos Plinios, Kafka o Whitman, y a los cotidianos, siempre asediados con el estigma de ratón de biblioteca, sabio distraído, nerd o pelmazo. El volumen, bellamente ilustrado, rinde culto a la anécdota sugestiva.

Manguel formula una advertencia a una era bajo la influencia de la televisión y el acoso de lo nuevo: la tragedia se cierne sobre una civilización cuando pierde a sus lectores.
Guillermo Belcore­

Calificación: Muy bueno

PD: Tomo prestado una cita de Stevenson y le altero un solo verbo con la intención de labrar una sentencia que -descubro asombrado- ha estado orientando con rigor de acero mi existencia: “Nuestra misión en la vida no es triunfar sino seguir leyendo con entusiasmo y alegría”.

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