jueves, 1 de diciembre de 2011

Fantasías sexuales en la biblioteca

Diario de un lector apasionado XXII

Rivadavia y Medrano. 5.50 AM

Definitivamente, el momento más hermoso del día es aquel en que transita de la luz a la oscuridad, o viceversa. Por desgracia, la rutina de trabajo me veda el atardecer. Es poco frecuente, por otra parte, que despierte antes de las 9.00. Por eso, esta madrugada quiero disfrutar de la salida del sol desde mi mesa favorita de Las Violetas. Acaban de irse amigos de toda la vida, gente de Morón. La conversión fue gratísima, aunque no por los derroteros de la literatura, creo que sólo el querido Harry -¡ay! lee ficción con regularidad, aunque en su ubicuo smartphone. Leer novelas en un teléfono, ¡qué herejía! Palas Atenea lo perdone.

Tengo en mis manos la última novela de Siri Hustvedt. Escribe realmente bien esta norteamericana de origen nórdico. Da voz aquí -con elegancia y buen gusto- a una mujer de cincuenta y cinco años, poetisa de profesión, abandonada por el marido, un neurocientífico importante. Nunca antes había leído a Hustvedt, pero su escritura me provoca un intenso deja vú. El estilo, los temas, las referencias cultas, las neurosis de los personajes burgueses bienpensantes, el erotismo suave tienen un dejo inconfundible a Paul Auster, un escritor ultraconsagrado que, lamento decirlo, ha dejado de gustarme. La cuestión es que Siri es la mujer de Paul; se trata de algo más que una influencia literaria.

En la página sesenta y nueve (el número es significativo) descubro algo interesante. Quizás sea un guiño entre ellos; la evocación de una experiencia inolvidable o bien uno de esos asuntos que se conversan en los minutos trascendentes que preceden al sueño. Escribió la señora Auster (el destacado es mío):

“La historia empezó en la biblioteca con Kant. Las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales. Es todo producto de la languidez. El cuerpo tiene que acomodarse (una pierna cruzada, la palma de la mano apoyada sobre la mesa, la espalda recta), pero el cuerpo no va a ninguna parte. También es producto de la lectura y de levantar la mirada del libro; la mente abandona el libro y deambula hacia un muslo o un codo, real o imaginario. La penumbra de las estanterías sugieren la idea de lo oculto. Quizá lo provoca el olor seco del papel o de las encuadernaciones y, ¿por qué no?, el olor a viejo del encolado de los libros…”

Paul Auster abordó el tópico en Invisible un año atrás. Yo lo comenté, pedí información a los/las bibliotecarios/as que frecuentan este blog y me gané la severa reprobación de una lectora. Esto escribió el señor Auster en la página cien:

“Poco a poco llegas a entender que la biblioteca sirve única y exclusivamente para una cosa: entregarse a fantasías sexuales. No sabes por qué te ocurre eso, pero cuando más tiempo pasas entre ese aire irrespirable, más se te llena la cabeza de imágenes de hermosas mujeres, de mujeres desnudas, y en lo único que puedes pensar (si pensar es la palabra adecuada en este contexto) es en cojer con hermosas mujeres desnudas. No en algún dormitorio femenino, sensualmente decorado, ni tampoco en un tranquilo y placentero prado, sino ahí mismo, en el suelo de la biblioteca, revolcándose en sudoroso abandono mientras el polvoriento espíritu de millones de libros revolotea en el aire a tu alrededor”.
Foto: Sandra Medina

Vaya, vaya. Así que los escritores de Estados Unidos se abandonan en las bibliotecas al goce de la fantasía erótica. ¿Y los lectores qué? ¿Dónde incurrimos en esos sabrosos menesteres? ¿En los bares que fatigamos con nuestro compañero inseparable de tapa, lomo y páginas (ojalá que muchas)? No seré yo, amigos, quien lo confiese.
G.B.

5 comentarios:

Javier dijo...

Los humanos somos reacios a los cambios, pero cuando comenzamos a disfrutar sus ventajas los apreciamos. Y poder tener cientos de libros en el bolsillo con acceso instantáneo es una gran ventaja.
Como amante de la música disfruto cada tanto escuchar un vinilo, pero no los cambiaría por la posibilidad de tener una discoteca entera en una tarjeta. Estimo que lo mismo sucederá con los libres en un futuro cercano.

Un abrazo amigo!
Harry

Anónimo dijo...

Guilherme;
Si tem uma coisa que me deixa injuriada,é quando alguem me convida para tomar um café em uma cafetería tipo,e fica:lendo os torpedos(nombre dado al famoso mesaje de texto aqui no Brasil)o lendo um libro, coisa que también é imperdoavél na pesencia de um amigo.

Andrea dijo...

Qué buena inrertextualidad has descubierto! jaja Sin duda, debe ser un guiño entre ellos pues es la misma idea y más me cierra si son pareja. Por lo visto, lo que queda claro es que las bibliotecas tienen un matiz erótico para estos intelectuales.

Anónimo dijo...

Hola, no sé cómo pero llegué hasta aquí...Coincido, qué buen hallazgo! Por qué habrá dejado de gustarte Auster? Lo que menos me gustó de él fue Brookling Follies, todo lo demás es muy bueno. Diario de Invierno es una hermosa reflexión sobre la identidad y el tiempo.
Mercedes.

Guiasterion dijo...

Son los caprichos del gusto, estimada Mercedes. Pienso que hay libros para toda la vida y hay otros, como los de Auster, para un momento en particular. Ese momento, ya ha pasado. Podrá releer sus mejores novelas del pasado, pero las nuevas me han decepcionado.

Muchas gracias por escribir y hago votos para que me siga visitando.

G.B.