domingo, 20 de enero de 2013

La marca del meridiano

Lorenzo Silva

Planeta. Novela policial, 399 páginas. Edición 2012


Puede recomendarse al aficionado a las novelas policiales el último libro de Lorenzo Silva (Madrid, 1966), ganador del Premio Planeta 2012, al que ciertas lenguas viperinas, más que un certamen justo, el mero adelanto de los derechos de autor. Pero ese es otro asunto. Lo cierto es que se trata de otro jalón en la saga de los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, con la feroz crisis económica de España y la tensión entre Madrid y Cataluña como telón de fondo. En esta ocasión, investigan el asesinato de un colega jubilado, que apareció colgado de un puente tras ser sometido a brutales torturas.

Después de publicar unos veinte libros, ninguno consagratorio hasta donde sabemos, el señor Silva decidió incursionar en la literatura de género. Recibió buenas críticas y el favor del público. La marca del meridiano nunca deja de ser una lectura amena, salpimentada con sabrosos y elegantes coloquialismos (aunque todos los personajes hablan igual). Los procedimientos de la policía militar de España, escrupulosamente apegados a la ley y a la buena educación, tienen el suficiente exotismo (lo mismo me ocurre con el policial sueco) como para resultar seductor al lector de un país tan incivilizado y corrupto como la República Argentina. 

Silva, que también escribió un ensayo sobre la historia de la Guardia Civil, imagina a sus picoletos como una suerte de monjes estoicos, curtidos, rectos, pacíficos y pensantes (¡el brigada Bevilacqua, nacido en Montevideo, lee a Houellebecq!). Hay manzanas podridas, por supuesto, pero la fuerza cuenta con los anticuerpos necesarios como para sacarlos rápidamente de circulación. El problema es que el autor se desespera por decirlo todo, por ser didáctico (¡ah, esa peste de querer enseñarle siempre algo al lector!), por ser maniqueo y políticamente correcto. Faltan caracteres siniestros o ambiguos. Es imposible hacer arte cuando se aplican a rajatabla premisas filisteas como ésta: “No le pises jamás un callo a nadie”.

Pero la novela trae algunas ocurrencias. Verbigracia, atribuir la decadencia de Occidente a “la desidia que impera por doquier“. Dicho en borgeano tardío, ante una tesis tan espléndida, cualquier falacia cometida por el autor resulta baladí.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: A ver, que nadie se confunda: no se trata de Alta Literatura, naturalmente, pero el bestseller de calidad me resultó absolutamente entretenido.

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