sábado, 22 de marzo de 2014

La era victoriana en literatura

G.K. Chesterton

Prometeo Libros. Ensayo sobre literatura y arte. Edición 2012.


Hace poco más de un siglo, la Home University Library encargó este libro bellísimo a uno de los intelectuales más sofisticados y excéntricos de su época. Hace un par de años, el sello argentino Prometeo (una de mis librerías de referencia) lo rescató del olvido. Lo bien que hicieron.

Decía G. K. Chesterton que “lo más cerca que un hombre honesto puede estar de eso llamado ‘imparcialidad’ es confesar que es parcial“. Por eso, debo aclarar que quien esto escribe no es neutral. Para mí, Chesterton lo hizo todo bien. Es una pena que se recuerde al sabio en tanto personaje y se lo lea poco. Fue un polemista formidable, un crítico de arte sagaz, un hacedor de parábolas (Pinche aquí), un teólogo al voleo, un decidor de verdades pero fue -por encima de cualquier otra denominación- un extraordinario poeta. Aquí queda absolutamente demostrado. Su capacidad para forjar una metáfora sorprendente, su espléndida dicción y la destreza con que hace girar un párrafo para que el remate sea una paradoja que por un par de segundos nos deja con la boca abierta no tiene parangones. Así como la sorna es la seña de identidad que caracteriza a la mayoría de los comentaristas dominicales de la Argentina (¿no se dan cuenta que escriben todos igual?), la paradoja es el ornamento por excelencia de la prosa chestertoniana y de la de tantos otros nombres eminentes de su época. La cultivaron con el mismo fervor con los ingleses se entretienen en su jardín.

Censura Chesterton a esa “escuela de críticos que sostiene que cada artista debe ser tratado como un artesano solitario, indiferente a la comunidad y despreocupado de los asuntos morales”. Antes bien, a nuestro hombre le preocupan la ética, las mentalidades (doctrinas más sentimientos morales) y las concepciones religiosas de los escritores del período victoriano, que iría desde Maucalay hasta Kipling, a quien vislumbra como una lamentable clausura “imperialista” (ya volveré sobre el punto). No significa esto que el creador del Padre Brown desdeñe las apreciaciones estéticas.  Lo que ocurre es que donde más se siente a gusto es en el análisis del tono moral de una era. Obviamente, despelleja a sus adversarios intelectuales. Oscar Wilde y los estetas son “una masa de desatino cuajado”, por ejemplo. Y utiliza el nombre de los grandes escritores como si fuese trompetas: Dickens, Carlyle, Ruskin, Arnold, Thackeray, George Elliot, las hermanas Bronte, Jane Austen, Tennyson, Swinburne, Henry James, Bernard Shaw, H.G. Wells, entre otros. El recorrido es magnífico. ¿Hace falta recordarlo? La crítica así plasmada es literatura en su sentido más elevado.

Hay otro agrado. El libro está repleto de ideas sugerentes. Chesterton no pierde oportunidad de provocar una polémica. Su distinción entre progreso y perfeccionamiento del hombre no ha perdido un gramo de vigencia (Pinche aquí). Sostiene que, a diferencia de Francia, el espíritu de rebelión en Inglaterra adoptó una forma completamente literaria. Define a la novela “como el arte de la comprensión de las diferencias humanas”. Establece que la historia de Europa occidental sólo contó con dos grandes entusiasmos positivos: el cristianismo y la Revolución Francesa. Y vaticina (¡en 1912!) que la civilización se encamina hacia una catástrofe y acaso las obras de Wilde (excepto ’La balada de la cárcel de Reading‘) y de Kipling sean sus heraldos. Cifra en 1870 (el año de la victoria alemana en Sedán y de la muerte de Dickens) el comienzo del debilitamiento de las ideas liberales. Percibe un cambio de rumbo terrible y abrupto de la mente racionalista en la dirección del poder arbitrario. Aún estamos en ese trance, querido Gilbert Keith.

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente


1 comentario:

alfonso ñ_ñ dijo...

hola, he estado buscando este libro por mucho tiempo. gracias por los comentarios al respecto. solo me dejan con mas ganas de leerlo :(