domingo, 10 de mayo de 2015

El metal y la escoria

A diferencia de la Argentina, México ha mantenido una relación errática con la migración de origen hispano. Después de la independencia y como consecuencia del ferviente deseo de construir una identidad nacional, se prohibió el ingreso de los españoles e, incluso, se expulsó a algunos. En 1853 se levantó el veto y comenzaron a llegar los inmigrantes pobres, pero no fue hasta después de la Guerra Civil Española que la legendaria hospitalidad mexicana pudo demostrar a pleno su benevolencia. México, en efecto, se convirtió en el hogar primordial de los republicanos que huyeron para salvar su vida, su libertad o su dignidad de la barbarie franquista. Esa inmigración socialista, agnóstica o atea -anticlerical en todo caso- chocó que la anterior oleada monárquica, conservadora y católica. Ese desencuentro ha sido magníficamente registrado en una novela exótica que acaba de desembarcar en la Argentina. Su autor es un eminente hombre de letras azteca, no muy conocido, ¡ay!, por estos lares, si bien don Gonzalo Celorio (México 1948) tiene una larga trayectoria como catedrático, editor y narrador de depurado estilo, que seduce por sus virtudes clásicas.

Hablemos pues de El metal y la escoria (Tusquets, 315 páginas). El título proviene de un poema de Borges (Everness) que de alguna manera anticipó las nuevas teorías sobre el tiempo del universo atrapado en los agujeros negros:

“Sólo una cosa no hay, es el olvido
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido“.

El metal y la escoria refiere a la familia paterna de Celorio: el padre Miguel, un dechado de virtudes; sus tíos tarambanas que dilapidaron una fortuna y murieron ahogados en alcohol y deudas antes de los cuarenta años. También evoca a los hermanos del autor, los doce peldaños de una esforzada escalera. La siempre complicada fratria, como bien apuntó Noe Jitrik en la presentación de la obra el sábado 2 de mayo en la Feria del Libro. Luisa Valenzuela también vertió elogios sobre Celorio desde el proscenio.

UNA AÑOSA OBSESION

“El libro es una obsesión de cuatro décadas”, explicó el autor mexicano en la bulliciosa Feria del Libro. “Escribí el primer capítulo hace cuarenta años. Lo cual no significa que haya tardado cuatro décadas en terminarla; si así fuera, sería un fracaso como escritor”, bromea. Y reivindica la condición novelesca de su obra más reciente, pues si bien fue edificada sobre hechos reales, la imaginación se encargó de llenar los huecos. “La novela -añade Celorio- es la más sucias de las formas literarias, incorpora toda clase de elementos. Cuando se apega a una forma fija, estricta -caso el naturalismo decimonónico- sufre anorexia, como bien decía Carlos Fuentes“.

Con un procedimiento muy eficaz, Celorio resolvió ese vaivén entre hechos comprobados por un lado, y versiones o mitos familiares o directamente productos de la imaginación, por el otro. Hay una delicada alternancia de las personas verbales. Usa sólo el yo para la propia experiencia y los recuerdos; el cambio la segunda persona la emplea -de manera magistral- para los datos que no ha podido constatar.“Lo que quería saber de mi familia, la novela me lo va revelando; descubro lo que no conocía“, apunta.

La saga comienza con la partida de Emeterio Celorio de una aldea perdida de Vibaño, pequeño caserío de Asturias, trepado en la montaña. En Ciudad de México, labró una pequeña fortuna con la importación y comercio de bebidas alcohólicas después de mil privaciones y trabajo esforzado. Hizo la América, como quien dice. Había llegado, con una mano atrás y otra adelante, como se suele decir también. Pero sus hijos fueron calaveras, estúpidos o alucinados, con la excepción de Miguel, justamente el padre de Gonzalo. Miguel edificó una familia feliz y numerosa, revirtió los daños. Hay un tenue misterio -bien dosificado- sobre la suerte de los tíos del autor. El telón de fondo es, naturalmente, la tumultuosa historia mexicana.

Además de una novela sobre los mayores, estamos pues ante otro caso atractivo de literatura de inmigración, una de las especies más fecundas del continente. Más allá del contenido, la prosa merece elogios. Elegante, clara, con palabras consistentes como las cosas (la frase es de Jitrik) con una cadencia muy seductora y enriquecida con las siempre fragantes voces que vienen del náhuatl: trajineras, escuincle, itacate, sirimique, huacal, merolico, tameme, tezontle, etc. Celorio, por otra parte, es pródigo en listas “para exorcizar la desmemoria, para ejercitar esa especie de erotismo de las neuronas que quieren tocarse, poseerse”.

De lector a lector, un consejo. El metal y la escoria debe ser acompañado por la ingesta con Tres lindas cubanas (Tusquets, 394 páginas, edición 2008, pinche aquí), la novela también autobiográfica en la que discurre la familia materna de Celorio. Una sugerencia al autor. Una sugerencia al autor. Debería completar una trilogía con un texto sobre la tía Luisa, afrancesada, mitómana y caprichosa como toda niña malcriada, gran campeona de las artes en la norteña ciudad de Torreón. ¡Qué personaje tiene allí! No merece lo que Borges dice que no existe, el olvido.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Bueno


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