domingo, 26 de julio de 2015

Una satira en tiempos de Mussolini

“¿Desde cuándo en Italia la política es una cuestión de conciencia? ¿Quién le ha inculcado una idea tan sediciosa?”
Curzio Malaparte


POR GUILLERMO BELCORE

Afirma Maurizio Serra, el biógrafo de Curzio Malaparte (1898-1957), que Don Camaleón fue escrito para llamar la atención de un solo lector, un lector que en 1928 era, a la sazón, todos los lectores de Italia. Ese par de ojos eran los de Benito Mussolini. Pero Curzio, enfant terrible de la era fascista, calculó mal. Los dictadores no suelen ser sutiles ni derrochar sentido del humor. El libro fue finalmente prohibido y el escritor toscano -acaso el mayor fanfarrón del siglo XX- no logró nunca cumplir su sueño más querido: mantener una relación privilegiada con el Duce como la que más tarde mantuvieron De Gaulle y Maulraux.

Fuerte el aplauso. El sello Tusquets ha rescatado del olvido una sátira excelente, valiosa tanto por su calidad literaria como por aquello que los economistas denominan “externalidades”, es decir sus implicancias históricas. Una obra paradójica, además. Después de 1945, Curzio Malaparte (Kurt Erich Suckert era su verdadero nombre, eligió un seudónimo rimbombante que sonara a Napoleón Bonaparte) la exhumó para demostrarle a los italianos y al mundo que había sido tanto un espíritu libre (cierto) como una suerte de mártir de la dictadura (mentira).

“Este Don Camaleón dará sin duda un gran disgusto a mucha gente, a saber, a la gente que cree en la leyenda falsa y pérfida de que toda la literatura que se escribió en Italia durante los veinte años en que gobernó Mussolini era cortesana y servil”, escribió en el prólogo de la edición de 1946. Tiene razón, pero el granuja no persuadió a nadie. En la posguerra, Don Camaleón se convirtió en una suerte de segundo seudónimo de Malaparte.

BESTIA RACIOCINANTE

El libro -escribió Serra- fue un audaz panfleto que le dio fama a su autor en vida y después de muerto. “Impresiona la originalidad y audacia de Malaparte para desenmascarar al Duce sin andarse con rodeos”, sentencia. Añádase otra virtud, tiene páginas desopilantes. Narra las peripecias de un reptil a quien tres personas -por indicación de Mussolini- convierten en un animal político. Uno de los tres preceptores es, naturalmente, es Curzio cuya obra casi por completo está compuesta en primera persona, como corresponde a un ególatra que siempre bregó para mantener su libertad de expresión.

Para bajarle los humos a propios y extraños, el Duce le encarga a Malaparte educar a un camaléon, “animales sensibilísimos pero de moral arbitraria”, que aprenden por mimetismo de la misma manera que cambian de color. Basta con dejarlo dormir una noche sobre un libro. Es útil también dejarle escuchar conversaciones eruditas.

Así, la bestia raciocinante sale honrosamente a la arena política. Va evolucionando. Primero se convierte en un político de la vieja escuela, “de aquellos tan rectos y tan rígidos que parecía que se hubieran tragado el palo de una escoba“. Luego muta en alma de la Revolución de Octubre (la fascista). La historia está de su parte. Italia, como la Argentina, tiene una larga y sólida tradición camaleónica que consiste en adaptarse a los cambios del viento político. Casi muere intoxicado (de fanatismo religioso) después de un encuentro con jesuitas. El anticlericalismo de Malaparte es furibundo. Odiaba a los curas, aunque al final de sus días (murió de cáncer de pulmón) la Iglesia Católico y el Partido Comunista se disputaban su alma y su herencia mundana.

Mussolini logra convertir pues al reptil en una figura destacada del radicalismo revolucionario, ese movimiento munido de “turbas de fascinerosos furibundos con garrotes cuya solo vista habría puesto tieso a un jorobado“ que corrieron a las dos clases que desde 1870 mandaban y se disputaban en Roma el privilegio de hacer historia: reaccionarios y liberales. El ascenso de Don Camaleón obedece a otra la necesidad práctica, común “a todos los grandes promotores de revoluciones: ofrecer a sus seguidores una suerte de subjefe que mantenga a raya a los seguidores y encaje los golpes de los adversarios“. Al animalito se le suben los humos. Sus discursos son sublimes. Cree haberse convertido en un instrumento de la Divina Providencia. Una día se levanta con el cuello torcido, señal inequívoca que se trata de un hipócrita. El final es trágico.


GULLIVER, EL INSPIRADOR



Al parecer, Curzio Malaparte se inspiró en los Viajes de Gulliver para esta obra satírica. Otra influencia reconocible es Voltaire y La Rochefoucauld. En rigor, el literato hace un esfuerzo notable para demostrarle al lector que maneja al dedillo el saber enjundioso y picante de los mas famosos autores franceses de los últimos dos siglos. Quiere que lo perciban como una eminencia (tanto a él como la a Mussolini, en rigor). Tiene un exquisito manejo de la ironía. Logró construir un verdadero panfleto con todos los ingredientes: bilis, veneno, buenas intenciones, cortesías, cumplidos.

Por otra parte, Curzio, el cínico, se coloca por encima de todos sus congéneres: sentencia que los hombres son animales siniestros que, más que de morir, tienen miedo de vivir. Y que la historia se ha inventado para consolarnos por la ausencia de héroes hoy en día. La mirada (como la de nuestro Fogwill) es la del entomólogo.

Los propósitos de Don Camaleón son tan evidentes que resultan encantadores. Quiso advertir a Mussolini sobre “los cortesanos, la gente menos honrada y mas peligrosa de toda Italia“. Le obsequió argumentos en su empeño para abolir el Estatuto de 1848, "un lecho de Procusto donde la Revolución de Octubre no podía dormir tranquila" (son evidentes los parangones con el peronismo repudiador de la Constitución de 1853). Reivindicó uno de los lemas fascistas: "Hecha ya Italia, ya era hora de rehacer a los italianos". Pero Mussolini no vio nunca la utilidad del libro, ni siquiera percibió a Curzio como una amenaza. Don Camaleón fue un gesto de impertinencia no de insurrección para la visión del Duce. Otro dato curioso: Malaparte lo publicó por primera vez por entregas en una revista dedicada a las mujeres. Estaba tanteando el terreno.

“La política es un arte excelente para quien desee desengañarse de los hombres“, escribió Malaparte hace casi noventa años. ¿Hoy en día, quién puede desmentirlo?
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
 

Calificación: Muy bueno

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