viernes, 5 de febrero de 2016

Los trapitos de Estambul

Todas las grandes urbes merecen una novela. Una elegía, en particular; es decir, una composición, con abundante poesía, en la que se lamenta y se reconstruye la degradación que ha sufrido la ciudad de marras, o algún aspecto aberrante de su pasado. Estambul ya la tiene; Buenos Aires la sigue esperando. En efecto, la colosal transformación de la antigua capital del Imperio Otomano (pasó de tres a trece millones de habitantes en cincuenta años) se narra de manera soberbia en Una extraña sensación, la novela más reciente de Orhan Pamuk

La obra acaba de llegar a la Argentina. Como es norma, planeo subir la reseña -cargada de elogios- después de que salga publicada en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa. Por el momento, me gustaría detenerme en la página cuatrocientos cincuenta y seis. Pamuk, que hizo un trabajo fenomenal de investigación en las calles (aprendan plumíferos argentinos) describe “la mafia de los cuicacoches” en Estambul. Transcribo un párrafo:

“En los últimos quince años, esas bandas de cinco o seis amigos procedentes del mismo pueblo, una mezcla de matones mafiosos y vulgares delincuentes con conexiones con la policía, habían proliferado por toda la ciudad, como las malas hierbas. A fuerza de puñetazos, navajas y pistolas, las bandas se arrogaban una especie de derecho de propiedad sobre una calle, una esquina, un descampado o cualquier lugar del centro de Estambul donde no estuviera prohibido estacionar, y entonces exigían un pago a todo el que quisiera estacionar allí y si se negaban les rompían las ventanillas, les pinchaban las ruedas o les rayaban las puertas de su nuevo y caro vehículo importado de Europa”.

Es notable como ciertas lacras que creemos endógenas -producto de la diabólica trenza tejida en democracia por políticos, barrabravas y policías corruptos- son comportamientos globales que brotan como hongos donde el Estado es débil o se ha depravado, como en la Argentina o Turquía. Más adelante, Pamuk refiere que los trapitos más avispados tienen “un mayordomo” que le consigue estacionamiento a los ricachones, incluso en playones pertenecientes a empresas privadas, que tratan de evitarse dificultades con los cuidacoches, pues saben de sus vínculos con la comisaría de la zona. Por una pequeña propina el hampón de pacotilla te limpia los cristales del auto, te lo lava y hasta te lo abrillanta.
G.B.

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