sábado, 2 de abril de 2016

Una historia política de los intelectuales

Alain Minc
Duomo Perímetro. Edición 2012., 487 páginas

"Un partido social debe impedir a la riqueza ser opresora y a la miseria ser envidiosa y revolucionaria".
Lamartine

¿Puede un libro alterar la Historia? ¿O se trata de un lujo inútil, una manufactura más (prescindible) de fuerzas sociales, económicas, tectónicas tan profundas como irresistibles? ¿Habría habido una URSS sin El Capital? Vaya a saber. El ensayista Alain Minc sostiene que las palabras son actos, que un texto tiene la suficiente masa y peso específico para desviar la corriente de los hechos. Especula que si Raymond Aron, el campeón de la lucidez del siglo XX, hubiera tenido dotes literarias -como, digamos, Jean Paul Sartre- la historia cultural de Francia (y por ende de buena parte del mundo) habría sido diferente, seguro mejor. Las obras del azote del totalitarismo bolchevique -discursivas, reflexivas, gélidas como las tetas de una bruja- carecieron de ese poder de seducción que caracteriza a la prosa sublime. Dieron en el blanco, pero con estilo hubieran sido irresistibles, conjetura Minc en un ensayo que aquí vengo a recomendar.
Esa incapacidad del gran Raymond Aron para cazar en manada (un francotirador interesa pero nunca ejerce magisterio político, pregúntenle a Lilita Carrió) es una de las mil reflexiones que va engarzando con destreza Una historia política de los intelectuales, a vuelo de pájaro sí (¡son casi tres siglos de travesía por la cultura francesa!) pero con una prosa fina y sagaz que hace que las casi quinientas páginas sobre la corporación más poderosa de la Francia moderna se lean con muchísimo placer y provecho. El libro, entregado a la imprenta hace siete años, demuestra talento para la elección de citas ilustrativas de cada una de las eminencias que han sido convocadas, en cuanto hombres de letras -filósofos, novelistas, historiadores- que han conseguido influir sobre los grandes temas políticos de su tiempo. Desde D'alembert hasta Bernard-Hénri Levy. La travesía es gloriosa. El tren se detiene en las magníficas estaciones del espíritu: Rousseau, Víctor Hugo, Zola, Gide, Camus, Malraux, Muriac, Foucault... Y en las infames también: Maurras, Aragón, y otros miembros del clero jacobino, fascista y stalinista.

Se ha fijado el nacimiento del llamado Partido Intelectual en el siglo XVIII cuando logran escapar a la influencia de la realeza y de la omnipresencia religiosa, y se convierten en otro núcleo de poder que debe ser tenido en cuenta por los gobernantes. Y se establece el final de su ciclo histórico con la irrupción global de Internet. La sociedad posmoderna no estaría en condiciones de engendrar intelectuales a la antigua. Esto en sí mismo no es malo, si tenemos en cuenta esa prodigiosa capacidad que han demostrado las mentes superiores para equivocarse sistemáticamente, sin dejar de reconocer que muchos han sido instrumentos de emancipación. El sinuoso Sartre es el paradigma del error recalcitrante. Minc no tiene piedad con el autor del Ser y la nada. Y profetiza en el último capítulo: Los e-intelectuales no tendrán nada en común con la intelligentsia clásica. De Horacio Verbitsky, pues, a la Dra Alcira Pignata. "Una pizca de anarquía en el mundo cerrado de los grandes pensadores: ¡qué perspectiva más radiante". Amén. Al fin y al cabo, los vamos extrañar por esteticismo cultural no por realismo político.

Se nos dice que hoy existirían en París tantos maestros como posturas. En una sociedad deconstruida, como escribió Derrida, se ha roto el molde. Uno concluye que para que en la Argentina florezcan esas cien orquídeas habría que purificar el aire de populismo con reflejos autoritarios. Naturalmente, el libro de Minc permite trazar parangones con 'la deKada ganada'. "Es la opinión la que el gobierna el mundo y usted debe gobernar a la opinión", recomendaba Voltaire a D'Alembert hace trescientos años casi. Uno no puede sino admirar a Néstor y Cristina por haberse colocado en el bolsillo a una de las divisiones de infantería (y artillería pesada) más eficaces de la historia.
Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno

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