martes, 29 de enero de 2008

Negar la evidencia


Por Bob Woodward­
Editorial Norma. Ensayo de 505 páginas. Publicada en 2006.­
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Este volumen completa la trilogía del insider más influyente del mundo en torno a las guerras que Estados Unidos libra desde 2001. Es una obra espesa, exhaustiva, basada en decenas de entrevistas y documentos confidenciales, pero los críticos la han despellejado. Bob Woodward -un mito desde que puso a Richard Nixon de rodillas- fue tachado de oportunista, amanuense de los poderosos y cosas por el estilo. Su pecado fue haber dado una pirueta conceptual. En el primer tomo, George W. Bush era intrépido, resuelto, capaz de concentrarse en lo importante y de iluminar a sus hombres. Ahora es un fanfarrón recalcitrante en el error y cuya estrategia básica es la negación de la realidad. Empero, el gran villano del libro se llama Donald Rumsfeld; al arrogante y áspero ex jefe del Pentágono se lo señala como el principal responsable de la destrucción de Irak.­
Negar la evidencia está construido según el modelo clásico de Woodward. Es casi un día-a-día del fracaso de la invasión al país árabe y de sus necias justificaciones. Queda claro que denunciar ante el mundo que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva fue una rotunda mentira de la CIA y la Casa Blanca. La profusión de datos resulta, por momentos, abrumadora; hay redundancias y demasiadas anécdotas superficiales que no dejan espacio para la reflexión y el contexto. Pero los historiadores estarán agradecidos.­
Revela Woodward que los halcones de la administración Bush obran cautivos de una convicción: Estados Unidos librará durante dos generaciones una conflagración sórdida y sin cuartel con el Islam radical. Vivimos en la era del terrorismo desaforado y las malditas guerras preventivas. Si Irak es la segunda fase de la campaña, la información que merodea en el último capítulo profetiza que seguramente Irán será la tercera.
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Guillermo Belcore­
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Calificación: Bueno­
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PD: El George Bush que pinta el libro tiene tres pasiones en política: bajar los impuestos, respaldar a los grupos religiosos, mejorar la educación. Confiar en sus instintos es su segunda religión. Es frívolo sobre asuntos historicos, capaz de fanfarronear sobre una eventual ocupación de Cuba. No es capaz de indagar a sus subordinados sobre un tema concreto. Sus piernas bailan mientras hablan los demas. Su estrategia comunicacional es hacer declaraciones repetitivas de optimismo y evitar cualquier duda. El día que Bush lloró profunda y convulsivamente: el 2 de noviembre de 2004. Se percibe a sí mismo como un líder resistente y decidido, firme contra el mundo. Atrajo a un nuevo grupo de votantes de clase baja y media, a quienes les inquietaba la seguridad.­

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