miércoles, 2 de diciembre de 2009

Adán en Edén

Carlos Fuentes
Alfaguara. Novela, de 178 páginas

Entre los novelistas del boom latinoamericano, Carlos Fuentes (México, 1928) es el único que presenta un rasgo singular. Ha escrito tanto libros magníficos como libros francamente lamentables. Oscila entre uno y diez con harta frecuencia. No se trata de faltarle el respeto a un artista de primer nivel, sino de manifestar la extrañeza de un lector apasionado. Su última novela no escapa a ese vaivén, tiene momentos admirables y tediosas páginas de intrascendencia o cursilería. El péndulo está clavado en el medio, es decir se trata de una obra mediocre que, quizás, sólo logre complacer a los admiradores de Fuentes.

La novela pretende contrastar dos formas de ejercer el poder que serían equivalentes a las viejas y nuevas elites de México. Adán Gorozpe, el cínico, es un abogado empresario casado con la atarantada Reina de la Primavera, hija del Rey del Bizcocho (¿Bimbo?). Es decir, ascendió a la cima gracias a lo que los aztecas llaman un braguetazo. Es discreto, clásico y tiene una amante de sexo indefinido. Admira a su cuñado, un muchacho rebelde y serio que desea ser escritor. Una orquídea entre tantitos nopales. Amenaza la tranquilidad de Gorozpe un funcionario sin escrúpulos al que le han encomendado liderar la lucha contra la hiperinseguridad. Adán Góngora es un Rasputín miserable y vicioso que parece escapado de las novelas de Vargas Llosa que registran la historia peruana. Se encapricha, cómo no, de la esposa de su tocayo. Ironía vs. malicia.

Lo mejor del todo es la sabiduría con que se desmenuza la maldita escalada delincuencial, esa hidra de mil cabeza que hoy nos atormenta a los latinoamericanos. Sólo en este caso, las opiniones trascienden el cliché progresista. Como siempre, Fuentes demuestra pericia para tallar un malvado y para fascinar con el habla mexicana. Pero hay demasiados diálogos de telenovela, superficialidad de bolero y truquitos de moda. No se priva incluso de homenajear de pasada a sus amigotes y de ajustar cuentas con sus enemigos (¿Octavio Paz?) y con el catolicismo. La novela se fragmenta en capítulos infinitesimales. Deja, pues, un regusto a poco en la boca.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el domingo 29 de noviembre

Calificación: Regular

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