lunes, 12 de enero de 2015

El libro de las pruebas

John Banville

Alfaguara. Novela, 232 páginas. Edición 2015

Cuando Freddie Charles St. John Vanderveld Montgomery -un bueno para nada- cometió su acto inexcusable pasaba por el peor momento de su vida. Había abandonado una carrera como profesor en Estados Unidos y durante diez años recorrió el mundo como buscavidas, sin mover jamás un dedo, viviendo de las pocas libras de su difunto padre y esquilmando la finca familiar. En una isla española contrajo una deuda. Volvió a Irlanda a buscar dinero; su esposa y su hijo quedaron como rehenes del prestamista. No consiguió un centavo, su madre los desheredó. Maquinó robar un cuadro antiguo, pero el destino le sembró el camino de obstáculos. Una criada lo descubrió; Freddie le aplastó el cráneo con un martillo. No mucho tardó la policía en atraparlo.

Freddie, el asesino banal, es el protagonista de una obra que el ilustre John Banville entregó a la imprenta en 1989. No se trata de uno de los grandes libros del insigne irlandés, pero -como todos- redondea una brillante exhibición de estilo. Aquí las palabras son el instrumento del lujo, de la sensualidad. Verbigracia: las metáforas que aluden a lo clásico o la artístico, como ésta: “…tenía el florido aspecto de unas de las putas reventadas de Lautrec…”  El texto, narrado en gloriosa primera persona, tiene un dejo inconfundible de Vladimir Nabokov. ¿Influencia o reencarnación?

Cada homicidio -nos dice el testimonio escrito de un psicótico- es un fracaso de la imaginación. El asesino no logra imaginar vivamente a la víctima, nunca la hace estar suficientemente presente. Puede matarla porque no está viva. ¿Por qué mató Freddie? En un rapto nietzscheano, sugiere a los atribulados hacer lo peor que exista. Es el modo de ser libre. “Nunca más necesitarás fingir ante ti lo que no eres”, añade. Pero, pensándolo mejor, concluye que su acto sartreano no se trató de una decisión, ni siquiera de una cuestión de pensamiento. El monstruo gordo que hay dentro de cada uno vio su oportunidad y salió dando espumarajos y golpes. Tenía cuentas que ajustar con el mundo y en aquel momento la mucama fue suficiente mundo para él. Nada puede impedírselo al monstruo. Ese es tu drama, ser humano.
Guillermo Belcore
Publicado el domingo pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

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