lunes, 26 de marzo de 2018

Historias cortas

Por Rubem FonsecaTusquets. Cuentos, 172 páginas

Vargas Llosa ha establecido que Rubem Fonseca (Minas Gerais, 1925) pertenece a la misma estirpe narrativa que Manuel Puig, Umberto Eco y Manuel Vázquez Montalbán. "Es uno de esos escritores contemporáneos que han salido de su biblioteca para hacer literatura de calidad con materiales y recetas hurtados a los géneros de gran consumo popular", como el cine, la historieta, el folletín o la telenovela. Es decir, aplica el pastiche, un procedimiento que la crítica ha rotulado como posmoderno.

Ese empeño artístico se percibe en un libro de cuentos que Don Fonseca publicó a los noventa años, proeza de longevidad creativa con escasísimos precedentes (excepto en Italia: Camilleri, Montanelli, Sartori). Historias cortas atesora treinta y ocho relatos breves, algunos muy buenos, otros muy malos, la mayoría pasables.

Los admiradores del vate no se sentirán defraudados; quienes no lo conocen deben saber que, si bien no es éste su mejor libro, encontrarán aquí una puerta de entrada a unas de las plumas más estimulantes del Brasil contemporáneo, cuyo tono naif disimula una aguda crítica social.

Predomina la primera persona del singular. Da voz el volumen a una galería de pilantras francamente divertidos: delincuentes, viejos cascarrabias, chiflados, cínicos, pervertidos (¡hacer el amor con un árbol!), obesos, mutilados. El giro inesperado al final es la piedra de toque de muchos textos. Verbigracia: escuchamos a un anciano despotricando contra la sociedad de consumo, el filisteísmo, el mal gusto de las masas, los social climbers... Para preservar a su familia de esos flagelos modernos planea legar sus bienes a instituciones de caridad... . "¿Pero qué pasa nietecito? Suéltame el cuello, me estás apretando muy fuerte, me ahogas, me quedo sin aire, ay, ay. estoy...".

El humor está bien logrado, como en ese texto en que al protagonista sólo le ocurren desgracias. Menos afortunado es el recurso de extrapolar definiciones del diccionario o la enciclopedia, una y otra vez hasta el hartazgo; acaso por la voluntad del autor (¿populismo literario?) de hacerse entender por el más zoquete. Se ha acusado a Fonseca de sensacionalista y de incurrir en lo soez. En Historias cortas hay un poquito de eso, también. Pero el lector nunca deja de interesarse en lo que le cuentan.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno


PD: Hace diez años, sugería la lectura de esta novela de Fonseca https://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2008/03/diario-de-un-libertino.html
Me tienta releerla.

viernes, 23 de marzo de 2018

Absolutamente Heather

"Pasé por delante de esta hermosa colegiala que entraba en un edificio en construcción, y vi a un hombre que trabajaba allí mirarla con una intensidad amenazante. ... Lo que escribí fue: ¿Y si su padre lo viera?".
 Matthew Weiner

Ha prestado Matthew Weiner (Baltimore, 1965) un valioso servicio a la humanidad. Creó, produjo y dirigió Mad Men, uno de los mejores dramas televisivos de todos los tiempos. Dicen que David Chase, factótum de Los Soprano (otra serie sublime), quedó tan impresionado con el guión que ordenó de inmediato contratar a Weiner, quien a la sazón escribió la quinta y sexta temporada con las peripecias de la mafia neojerseíta.

Ha decidido Weiner saltar a la literatura. "Escribir este libro me ha cambiado la vida y ha supuesto hacer realidad un sueño de la infancia", escribió al final de la obra, justo antes de una larguísima perorata con los agradecimientos, una peste contemporánea de la que, al parecer, ningún autor principiante puede substraerse.

Ha publicado Weiner Absolutamente Heather, un cuento alargado (se puede leer de un tirón) con suspenso bien dosificado. Son 156 páginas (cuatro con agradecimientos) en la edición de Seix Barral, que podrían haber sido menos si los párrafos no hubieran estado separados con doble espacio en blanco. Como relato breve está bien, como novela corta es un fiasco, nunca puede quitarse de encima el tufillo, a cosa inacabada, a bosquejo; le falta carne, además de diálogos, detalles y ambición.

EL DIA Y LA NOCHE

Ha apelado Weiner al truco de las vidas paralelas. La historia une dos destinos que son como el día y la noche: Heather Breakstone y Robert Klasky. El lujo excesivo de Manhattan vs. las barriadas miserables de Nueva Jersey.

Heather es hija de un amor tan incondicional como asfixiante de padres primerizos y cuarentones; nada ha faltado en su hogar, excepto el sentido común. Sus papás, Mark y Karen, se casaron mayores y la relación se fue degradando conforme la atracción sexual se desdibuja, aparecen dificultades laborales y tribulaciones inmobiliarias, y el retoño se rebela. Nada del otro mundo, por cierto. Viven en un universo donde "la mayoría de las interacciones sociales son superficiales y jactanciosas por parte de todos los implicados".

Problemas de verdad son los que ha soportado Robert. Procede de algún orgasmo fugaz y sin compromiso: su madre considera que la heroína es lo mejor que le ha ocurrido en su vida. Su hogar fue un infierno y lo convirtió en un psicópata, capaz de reventar a golpes a un chica mexicana porque se niega a acostarse con él. Después de tres años en la cárcel (fue reclutado por los skinheads) llega al edificio de Heather como obrero de la construcción. Deseo a primera vista, el depredador acecha a su presa, pero Mark descubre sus miradas codiciosas (no se trata sólo de lujuria) y enloquece cavilando cómo proteger a su niña del Trabajador.

Ha recibido Weiner por su nouvelle alabanzas totalmente desaforadas, de personalidades como Michael Chabon y Nick Cave. Ya sabe usted que en el bastardeado negocio de la crítica literaria es afortunado el que tiene muchos amigos o conocidos que sospechan que alguna vez necesitarán pedirle un favor. En The Guardian, John Banville ha definido al libro "como una alegoría de la decadencia estadounidense" (¿qué decadencia, maestro?) y sugiere, incluso, leerlo dos veces (no seguiré el consejo).

Es verdad que la prosa merece elogios por su precisión, por sus relámpagos de lucidez en los retratos y por su legibilidad, pero no hay aquí lo que podría llamarse un estilo en juego. Absolutamente Heather es un cuento ingenioso con crítica convencional a las miserias contemporáneas, nada más que eso. No le cambiará la vida a nadie, ni siquiera a su autor. Le dará a todos los demás, no obstante, un agradable y poco exigente momento de lectura.
Guillermo Belcore

Calificación: Regular

sábado, 17 de marzo de 2018

La marcha Radetzky

"Conservar la dignidad, es lo único que se puede hacer" Joseph  Roth

POR GUILLERMO BELCORE

Se tiene la impresión de que habría sido preferible mil veces para los pueblos de centro y el este de Europa que el Imperio Austrohúngaro no se hubiera desintegrado hace cien años, víctima de la Gran Guerra. Lo que vino después fue infinitamente peor. Una lenta evolución hacia la monarquía parlamentaria donde cada minoría nacional tuviese efectiva representación (y su propio equipo de fútbol) seguramente habría evitado los ríos de sangre que hicieron correr fascistas y bolcheviques desde Trento hasta Lemberg. Los totalitarismos no sólo exterminaron a millones de personas, también destruyeron una de las culturas más fecundas de Occidente.

Es probable que ningún texto haya narrado con tanta belleza y profundidad el ocaso de la dinastía de los Habsburgo que la novela histórica, un poco olvidada, que aquí venimos a rescatar. La marcha Radetzky (*) ha superado airosa el paso del tiempo. Fue entregada a la imprenta en 1932 y aún hoy es una lectura placentera y provechosa para todo aquel que se interese en el tema.


El autor de Radetzkymarsch era un desterrado que consideraba que su única patria había sido el Imperio Austrohúngaro y que siempre escribía en alemán. Moisés Joseph Roth nació en Galitzia en 1894 y murió pobre y enfermo en París en 1939, donde se había refugiado cuando Adolf Hitler tomó el poder. Por algunos años fue el periodista mejor pago de Berlín, por un tiempo militó en el Partido Comunista (se lo conoció como Joseph el Rojo). No obstante, su única influencia seria -escribió Cabrera Infante- fue el alcohol de ciento ochenta grados. En efecto, Roth era un alcohólico incorregible que se consideraba a sí mismo como un "dibujante de las facciones (irregulares) de una época".


No es pedantería. Roth fue un dibujante extraordinario, genial. En su obra maestra esboza con talento cincuenta y cinco años de historia europea, desde la batalla de Solferino (1859) hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914). El hilo dorado son las peripecias de los Trotta, señores de Sipolje por gracia de Su Apostólica Majestad. El viejo Joseph era un teniente esloveno que le salvó la vida al emperador Francisco José en el campo de batalla y fue recompensado con un título nobiliario y una fortuna. De simple campesino a barón. Su hijo ascendió a jefe de distrito en Moravia y se convirtió en modelo de funcionario, la fidelidad en persona. El nieto del héroe de Solferino, aunque militar también, fue un tarambana aficionado a las mujeres casadas, con una crisis de identidad tremenda. La degradación de un Imperio a través de la decadencia de una familia.


AUTOR HEDONICO


La novela fue compuesta en clave de naturalismo tardío, pero con algunos acordes románticos. Roth era también un escritor hedónico. Detalla manjares y placeres de la carne. El adulterio es una presencia constante: "La señora de Taussig era guapa y no era joven"". ¡Qué manera encantadora de comenzar un capítulo! Las bebidas espirituosas también salen reivindicadas, en nombre de la sed del bebedor, "que es sed del alma y del cuerpo como si, de repente, se viera menos que el miope y se oyera menos que el sordo, entonces es preciso tomar inmediatamente, allí donde uno esté, unas copas". ¿Dijimos que Roth era un borrachín, que murió joven sumido en un delírium tremens?

La tesis primordial del libro es que la desintegración de Austria-Hungría era irremediable, pues se sostenía sobre una idea a la que le había llegado la hora de enterrarla con todos los honores: el derecho divino de los reyes a mandar sobre poblaciones diversas. Dos nuevas religiones seculares habían atrapado la imaginación de los pueblos: el nacionalismo y el socialismo. "Revolución, la más infame de todas las palabras" (Trotta dixit) asediaba al águila bicéfala de los Habsburgo como si se tratase de un cuervo hambriento y en las redacciones de "esos cochinos periódicos" se tramaban las ideas modernas. "El mundo en que todavía valía la pena vivir estaba condenado a desaparecer".
 

No oculta el novelón (574 páginas, en la edición de Pocket Edhasa) que, detrás de su espléndida fachada el abigarrado reino (abarcaba 675.936 kilómetros cuadrados) estaba podrido, minado por la miseria, las injusticias y un pesado ceremonial. Para peor, su principal pilar, el Ejército plurinacional, era una institución estúpida, regida por un código de honor pasado de moda y extravagantes disposiciones.

Roth retrató aquella mediocridad inocentona con un manejo formidable de la escena. Los Trotta nos llevan a la Viena imperial ("la ciudad era únicamente una inmensa casa real"); a una plácida capital de provincias; a los confines orientales (la actual Ucrania) donde la aristocracia castrense, aburrida como una ostra, se arruina la vida apostando a la ruleta y a las barajas.
El propio emperador, tan decrépito como atolondrado, es otro personaje memorable. Hay capítulos con una tensión insoportable, como el del duelo en el que murió el bueno del doctor Demant, el que narra la represión militar a los huelguistas de la fábrica de crin, o ese otro en que Trotta (nieto) va a darle el pésame al suboficial Slama por la muerte de su esposa, con quien el teniente se acostaba con regularidad. Digámoslo claro: La marcha Radetzky es Alta Literatura, revelación del naufragio de un mundo que era su mundo.


Como se especuló al principio, resulta interesante pensar que hubiera ocurrido en Europa si cuajaba el sueño del Archiduque Francisco Fernando de crear los Estados Unidos de la Gran Austria con alemanes, checos, croatas, eslovenos, eslovacos, húngaros, rutenos y otros pueblos prosperando en paz. Escribió Roth que "bajo el imperio multinacional de los Habsburgo las minorías se encontraban en una casa amplia". Con los monstruos que sucedieron al bueno de Francisco José, encontraron una tumba.


* "La marcha Radetzky", compuesta por Johan Strauss padre en 1848, era considerada símbolo de la monarquía austríaca (https://www.youtube.com/watch?v=MobMllyybns).


Calificación: Excelente